Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Andrew Gourlay, director
NOVEDAD: FILA OSCYL
Gustav Mahler (1860-1911)
Sinfonía n.º 10
En la historia de la música culta existen varias obras inacabadas que se han impuesto dentro del repertorio porque, aunque su mensaje podría haber sido más extenso, no dejan cabos sueltos y son capaces de cerrar su propuesta. Un par de casos paradigmáticos de ello son la Sinfonía n.º 7 (tradicionalmente n.º 8) de Schubert y la n.º 9 de Bruckner. Pero con la n.º 10 de Mahler siempre existió el problema de que las partes terminadas (esencialmente el primer y tercer movimientos) no conseguían formar un “recorrido” lógico dentro de esta obra, así que el musicólogo Deryk Cooke se decidió a completarla y en 1960 persuadió a Alma Mahler de que levantara el veto que pesaba sobre los bocetos de los movimientos restantes, que fueron dejados en su poder poco antes de la muerte de su marido. Alma confesaría su emoción cuando vio el trabajo que había realizado el musicólogo británico.
Después de la muerte a Alma, la hija sobreviviente del compositor, Anna, proporcionó a Cooke nuevos apuntes que consolidaron su trabajo de reconstrucción, lo que estimuló al británico a efectuar dos revisiones exhaustivas. Ya en posesión de los bocetos que la hija de Mahler le proporcionó, se replanteó el enfoque del segundo, cuarto y quinto movimientos.
Aparte de la comentada, existen otras versiones de esta obra (Barshai, Weeler, Mazzetti, Carpenter), pero las revisiones de Deryk Cooke son las que se han impuesto, tanto en salas de conciertos como en grabaciones. Es lógico que un director como Andrew Gourlay, muy unido a la tradición británica, utilice la versión del musicólogo de Leicester. La Sinfonía n.º 10 de Mahler, por tanto, se ha impregnado de una pátina british, dado que muchos directores relacionados con la Isla la han interpretado, e incluso grabado en varias ocasiones (por ejemplo, Sir Simon Rattle). Así, el titular de la OSCyL dirigirá una composición de su entorno más inmediato, con lo que puede pensarse en una capacidad extra para llevar a buen puerto una obra de momentos maravillosos, como el solo de flauta del último movimiento.